Esta obra pictórica, realizada durante el periodo virreinal, probablemente en la zona del Alto Perú, muestra a una Virgen con el Niño Jesús en sus brazos, ambos pintados en el estilo de la escuela cuzqueña.

La pieza tiene gran relevancia ya que por medio de ella podemos descubrir el proceso de sincretismo religioso y artístico que se vivió en nuestra región entre los siglos XVI y XVIII, escondido bajo sus trazos, en sus formas y colores, en los elementos iconográficos. También es una huella de cómo el mundo indígena, por medio de diversas vías, persiste hasta hoy; a pesar de la imposición del modelo español primero y de los intentos de construcción de una identidad nacional única y homogénea post independencia.

Un ejemplo de lo anterior es la manera en la que se muestra a la Virgen, como una mamacha cuzqueña. Son figuras de devoción hacia la Virgen María, en la que sobresalen ciertos rasgos más americanos, como el cabello oscuro que generalmente vemos caer suelto. Y, tal como esta obra, la virgen lleva grandes adornos: los aretes dorados con perlas junto a la corona de oro y piedras preciosas, el encaje, los listones, broches y guirnaldas de perlas en su vestido, como las vírgenes sur andinas.

Al hablar de sincretismo, hablamos de dos culturas uniéndose. Y la otra que está presente es el mundo cristiano y su imaginario. En el cuadro se ve en la elección de colores de las decoraciones del traje de los personajes: plumas verdes, rojas y blancas, además de flores doradas. Colores utilizados en el arte virreinal, el que toma elementos del Barroco, y con directa relación con el simbolismo cristiano. Blanco, verde y rojo se asocian a la fe, la esperanza y la caridad.[1]

La presencia de flores es un elemento del barroco español, y como señala la literatura, tienen diferencias simbólicas según los contextos. Por ejemplo, el clavel, una de las flores que creemos corresponden a las que se encuentran en los jarrones a ambos costados en la parte inferior de la obra que estamos trabajando. Esta flor, se asocia al amor humano, sin embargo, en obras de carácter religioso y sobre todo junto a la imagen de la Virgen María, es símbolo del amor divino[2].  Sin embargo, también podrían ser rosas, una de las flores que se señalan como las más comunes en este tipo de obras y cuyo simbolismo también se asocia al amor.

También hay dos ángeles en la imagen, tomando un telón rojo, a la altura de la cabeza de la Virgen. En general, los querubines cumplen un rol clave en el imaginario cristiano, acompañando a la Virgen en situaciones como el Nacimiento, rescate de almas del purgatorio o su coronación.[3]

El retrato “Nuestra Señora de Belén” no solamente constituye una fuente para la historiografía, como instrumento para evidenciar la construcción de una sociedad mestiza y la persistencia indígena a través de este proceso, sino también puede representar una importante herramienta pedagógica, por cuanto nos permite visualizar diferentes aspectos a través de sus trazos, materiales, representaciones, técnicas y simbolismos.


[1] Pontificia Universidad Católica de Chile, Vírgenes Sur Andinas. María, territorio y protección, catálogo de exposición, (Santiago: Pontificia Universidad Católica de Chile, 2014). 33
[2] Isabel Cruz, “Flores y sacralidad en la pintura virreinal surandina”, Flores sagradas en la pintura virreinal, catálogo de exposición, (Santiago: Pontificia Universidad Católica de Chile, 2018): 22.
[3] Pontifica Universidad Católica de Chile, óp. cit., 18.

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