En el mes de abril, en que recordamos el nacimiento de Gabriela Mistral, les invitamos a conocer detalles de un retrato de la aclamada poetisa chilena, realizado por el pintor nacional Juan Francisco González a mediados de la década de 1920. Este fue un obsequio que recibió Eduardo Frei Montalva de manos de un vecino del barrio y pariente del artista; con ocasión de haber sido electo Presidente de la República en septiembre de 1964 y que hoy forma parte de nuestra colección de Pintura chilena y latinoamericana de Casa Museo EFM.

Esta obra pictórica muestra un retrato en plano medio corto de una figura femenina; de piel clara, ojos de color café, rostro alargado y cejas marcadas; labios finos y rosados al igual que sus mejillas, cabello castaño claro y corto, ligeramente peinado hacia atrás, enseñando su amplia frente despejada. De su vestuario apenas apreciamos el blanco de una blusa o vestido, que deja ver su cuello.

El uso de un lienzo de tela rústica, posiblemente arpillera, otorga un llamativo aspecto rugoso a la obra a causa de la porosidad del soporte, dejando diminutos espacios sin pintura. A su vez, la obra posee un marco de gran tamaño, de moldura de madera dorada tallada con motivos vegetales.

El rostro de la mujer, retratada de semi perfil, observa directamente al espectador en actitud serena, elegante, con cierto dejo de dulzura, pero también seria. La técnica empleada por el artista le otorga además un aura etérea.

Se trata de la poetisa chilena Gabriela Mistral, que por la época en la que está datada la obra bordeaba los 35 años. Es un reflejo bastante certero de la personalidad del artista, a quien la misma escritora describió como una figura alejada de lujos, trabajador incansable; dueño de un “delirio visual” que jamás se agotaría, siquiera cuando octogenario y pobre, jamás dejaría de pintar.[1]

Así como Gabriela manifiestó su admiración por el artista en la publicación citada una década después de que ésta hubiese fallecido, por su parte, el artista la elogió a través de su pincel, en una época en la que la escritora distaba de ser la figura emblemática en la que se convertiría luego de recibir el Premio Nobel en 1945. Juan Francisco González pone en este retrato su esencia de artista apasionado por la pintura, que pretende elevar a través de sus trazos toda aquella belleza que permanece oculta en la simpleza.

El poeta Pedro Prado, con quien González compartiera en el conocido Grupo de los Diez, describe a su amigo como un hombre que amaba la vida, la sencillez, lo cotidiano, y que expresa todo aquello en los miles de cuadros que pintó a lo largo de su vida. Prado resalta que a pesar de que el pintor dejara muy poco legado escrito sobre su pensamiento artístico, toda su obra pictórica es más que suficiente para entender su visión de mundo.

En una dimensión ya más estética y como lo señala la historiadora chilena Isabel Cruz: Juan Francisco González muestra en su obra un distanciamiento de los cánones academicistas que se enseñaban profesionalmente en Chile a fines del siglo XIX e inicios del XX. Su viaje a Europa le permitió conocer nuevos estilos, técnicas y movimientos artísticos; siendo el impresionismo uno de los que fue incorporando a su estilo de pintura, buscando cada vez más el arte en la luz y el color, por sobre la figura o el dibujo como elemento central de sus obras.

Es como si este retrato pintado por González a mediados de la década de 1920 pudiera predecir las palabras con las que Frei se referiría a su querida amiga Gabriela, describiéndola como una mujer con “el extraño semblante y actitud de las antiguas sacerdotisas”, con un “inagotable manantial de belleza y bondad” y donde “todo lo mejor que tiene el alma de Chile, cobra en ella una nueva y más rica expresión”.

Cuando Guillermo González, vecino del barrio del exmandatario y pariente del pintor decidió obsequiar esta obra al recién electo Presidente Frei en 1964, probablemente desconocía el significado que tendría su gesto medio siglo después. Quizás sí era consciente de la relación de amistad que existía entre el político y la escritora, pero es difícil de saberlo con certeza hoy.

Así, tal parece que el pintor y el político encontraron su punto en común en la figura de Gabriela Mistral. El primero a través de su pincel, y el segundo con sus palabras; ambos buscando resaltar la noble y sensible belleza de la poetisa; quedando estas tres figuras chilenas casualmente entrelazadas en un cuadro colgado en la pared de una casa, que probablemente nunca se pensó terminaría convertida en un museo.


[1] Gabriela Mistral, “Recado sobre el Maestro Juan Francisco González”, 1944. Gabriela Mistral Foundation http://www.gabrielamistralfoundation.org/web/index.php?Itemid=165&id=156&option=com_content&task=view

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